Nuestro yo esencial es el ser siempre presente o presencia consciente que conoce o experimenta nuestros pensamientos, sentimientos, imágenes, recuerdos, sensaciones y percepciones pero no está hecho, él mismo, de pensamientos, sentimientos, sensaciones, etcétera. Por esta razón podría decirse que está vacío. Aunque, de hecho, sólo está vacío en relación con los objetos; en realidad, está lleno de presencia y consciencia.
Nuestro ser podría compararse con un espacio vacío y abierto, como el espacio de la estancia en la que tu cuerpo está sentado en este momento. Este espacio no ofrece ninguna resistencia a los objetos o a las actividades que aparecen en él. De hecho, el espacio no contiene ningún mecanismo con el que pudiera resistirse a nada que apareciese o negarlo. ¿De qué podría estar hecha una resistencia así? Tendría que ser de algo, de algún objeto; no podría estar hecha de espacio vacío.
El espacio de la estancia parece estar definido y limitado por las paredes que lo rodean, pero antes de que las paredes fueran construidas y después de que sean desmanteladas ese espacio seguirá siendo exactamente tal como es ahora. Su forma y sus cualidades aparentes se le superponen por medio de las paredes, los muebles y las actividades que tienen lugar en su interior, pero el espacio en ningún momento adopta estas cualidades; tan solo parece adoptarlas.
Nuestro ser es así. Parece haber asumido las cualidades del cuerpo y la mente, pero en realidad no lo ha hecho. Antes de la aparición del cuerpo y la mente, nuestro yo «era» exactamente igual a como es ahora, y también «será» así cuando el cuerpo y la mente hayan muerto. Pero este «era» y este «será» hacen referencia a este mismo ahora, el único ahora que existe.
Nuestro yo es como un espacio abierto y vacío, un espacio conocedor o consciente que se halla, como el espacio de la estancia del ejemplo, inherentemente libre de resistencias. De hecho, nuestro yo desconoce el significado de la palabra «resistencia», puesto que es un sí totalmente abierto a todo lo que aparezca. ❤
Como el espacio vacío de la estancia, nuestro yo es inherentemente libre de cualquiera de los objetos o actividades que aparecen dentro de él – pensamientos, sentimientos, sensaciones y percepciones – y, a la vez, permite todo eso sin mostrar preferencias o efectuar discriminaciones.
Los pensamientos, sentimientos, sensaciones y percepciones pueden estar agitados o en calma, pero nosotros, la presencia consciente que los conoce o experimenta, no compartimos sus cualidades. Nosotros somos el espacio vacío y consciente que no puede verse agitado por nada que ataña a la mente, al cuerpo o al mundo, de la misma manera que el espacio de la estancia no puede verse agitado por nada que pueda o no acontecer en su interior.
En otras palabras, nuestro yo es intrínsecamente pacífico. Nuestra paz inherente no depende de la naturaleza o las características de lo que aparezca.
Nuestro yo es testigo de cualquier agitación, pero él mismo no puede verse agitado. Esta ausencia de resistencia o agitación es conocida sencillamente como la experiencia de la paz.
La paz no es una cualidad o un atributo de nuestro yo. Es nuestro yo. No puede ser nunca separada de nuestro yo, de la misma manera que la cualidad inherentemente pacífica del espacio no puede separarse de este. Nosotros somos la paz.
Los estados pacíficos de la mente, el cuerpo y el mundo pueden ir y venir – y forma parte de la naturaleza de la mente, el cuerpo y el mundo que los ciclos de calma y agitación se sucedan – pero nuestro yo es la siempre presente e inherentemente pacífica presencia que conoce y permite todos estos estados, y es íntimamente uno con ellos, aunque nunca se ve afectado por ellos en lo más mínimo.
Nuestro yo, como el espacio, es imperturbable. Esta paz no es un estado de la mente o del cuerpo que va y viene sino que está siempre presente; permanece en quietud y en silencio detrás y dentro de cada pensamiento, sentimiento, sensación o percepción, abierta y disponible a cada momento, esperando sencillamente a ser reconocida.
Siempre que anhelamos la paz, es de hecho la paz de nuestra verdadera naturaleza lo que estamos anhelando, aunque a veces confundamos la paz de nuestra verdadera naturaleza con un estado pacífico de la mente, el cuerpo o el mundo.
Todos sabemos que los estados pacíficos de la mente, el cuerpo y el mundo no duran y no proporcionan la paz profunda que verdaderamente deseamos. Solo la paz que es inherente a nuestra verdadera naturaleza puede realmente poner fin al anhelo que nos hace empezar y sostener tantas de nuestras actividades y relaciones.
De hecho, el anhelo de paz es, él mismo, la paz de nuestra verdadera naturaleza, apenas velado por el pensamiento y la sensación del yo interior separado.
Cuando este anhelo se ve despojado del tiempo, esto es, despojado del pasado y el futuro en los que proyecta un yo imaginario, se revela como la paz que está siempre presente dentro de nuestro ser, brillando en silencio en el centro de toda experiencia, esperando sencillamente a ser reconocida.
Confundir la paz de nuestra verdadera naturaleza con un estado pacífico de la mente o del cuerpo tan solo supone una demora en cuanto a que advirtamos la presencia de la paz que es inherente al sencillo reconocimiento de nuestro propio ser tal como verdaderamente es.
Una vez dicho esto, cuando hayamos accedido a la paz que está siempre presente en nuestro yo bajo todas las circunstancias, el cuerpo, la mente y el mundo ser verán profundamente afectados y, con el tiempo, cada vez más permeados por dicha paz. Comenzarán a brillar con la paz de nuestra verdadera naturaleza.
Fuente: Presencia, el arte de la paz y la felicidad. Rupert Spira ❤
Y hoy comparto una canción de una artista que me encanta, Emeli Sande, que se titula Heaven. Espero que os guste tanto como a mí. 🙂
¡Feliz semana! ¡Sed felices! <span class="wp-smiley wp-emoji wp-emoji-heart" title="
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