Que yo era la protagonista, el personaje central de la historia que llamaba «mi vida«.

Por momentos disfrutaba de la escena que se estaba desarrollando, y en otros quería salir corriendo y abandonar el plano.

Escaparme.
Dimitir.
Dejar todo atrás.
Desaparecer sin dejar rastro.

Cambiar de escenario.

Permanecer o huir, esas parecían ser mis opciones disponibles.

Mostrarme o esconderme.
Mirar o ser mirado.
Amar, o ser amado.
Todo o nada.

Un juego de dualidad donde nunca tuve las de ganar. Una partida perdida de antemano.

Un jaque mate a la Reina con muerte segura.

Pero hay instantes en los que salgo de plano, abandono el campo de batalla y el silencio me rodea.

Los ojos se cierran y el mundo desaparece.
Los sonidos se apagan.
Las imágenes se disipan.
Y no estoy aquí.
No hay rastro de pasado o anticipación de futuro.

Sólo hay calma.

Cualquier pensamiento que brota es arrastrado por esa marea silenciosa, atrapado por su llamada sin voz.

Preocupación, tristeza, deseo, necesidad, enfado, todo se disuelve en esa inmensidad sin nombre.

Y la marea sigue avanzando.
Sigue extendiéndose.
Y no puedo detenerla.

No tengo ningún control sobre esta fuerza que arrasa con todo dejando un rastro de quietud a su paso.

No hay palabras que puedan describirla, ni imagen que pueda contenerla.

Oleadas y oleadas de profundidad sin nada donde asirse.

Ahora Eso tiene el control, soy su fiel servidor.

Es mi Amo,
y yo, su bien más preciado.

Fotografía: Santiago Estebán