Hace unas semanas compartí mi decisión de poner en práctica el método que propone Marie Kondo en su libro: «La magia del orden«.
Lo que su método propone es ordenar el espacio de manera que sólo conserves aquello que te hace feliz, que te gusta, lo que te hace sentir bien, lo que quieres conservar, y dejar ir con agradecimiento todo lo demás.
Como la tarea puede parecer muy ardua, te pide que lo separes por categorias. Una categoría es la ropa, otra son los libros, otra los CD’s, y así hasta terminar por aquellas cosas a las que tenemos un mayor apego emocional como cartas (de cuando se escribían cartas que parece una cosa muy antigua pero que yo tengo guardadas todavía algunas) y fotografías.
Al trabajar con una categoria lo que sugiere es sacar todo lo que tengas de esa categoria, que lo almacenes en un sitio provisional, y luego vayas preguntando cosa por cosa si eso te aporta felicidad y lo quieres conservar porque te gusta verlo o no.
Parece sencillo…
Después de terminar con la ropa y dar más de la mitad de mi armario, la sensación de limpieza y orden en mi habitación todavía me sorprende. Ahora me encanta abrir el armario y ver que todo ocupa su lugar perfectamente, cada cosa tiene su espacio lo que facilita de una forma asombrosa el recoger y ordenar.
Algo que he observado en estos días es que se ha instaurado un nuevo hábito en mi rutina.
Tan pronto llego a casa, me cambio de ropa y automáticamente recojo todo de forma que no quede nada por en medio. Y lo mismo después de hacer la colada. Y lo disfruto. Disfruto de ese volver a colocar cada cosa en su sitio. Se ha convertido en una forma de juego.
Mi forma de relacionarme con aquello que entra en mi armario también ha cambiado. Antes de añadir algo nuevo me paro y pienso en el orden y el bienestar que siento y me pregunto si eso que quiero añadir va a contibuir a ese bienestar o no.
Hoy pensaba que lo mismo pasa con el estudio del Curso. Cuando empiezas a observar la paz que se experimenta al perdonar, al entregar todo pensamiento de conflicto, de ataque, de resentimiento, es más fácil que la próxima vez que surja otro juicio estés más dispuesto a no tomarlo en serio y entregarlo a tu maestro interno para su corrección.
Es un hábito, un músculo que hay que entrenar. El músculo de la paz.
En el Curso Jesús utiliza como motivación para que lo escojas a Él como maestro el contraste entre tu sentir cuando vas de la mano del ego, o cuando la sueltas y te unes a Él.
«Te estoy enseñando a que asocies la infelicidad con el ego y la felicidad con el espíritu. Tú te has enseñado a ti mismo lo contrario». (T-4.VI.5:6-7)
Cuando vas de la mano del ego siempre hay sufrimiento, hay dolor, hay separación. Cuando sueltas la mano del ego y te unes a Jesús, en mente, y pides el milagro, de corazón, la paz reemplaza a tus resentimientos, y hay liberación.
Cuando has experimentado el resultado de dejar ir tus resentimientos, estás más dispuesto a confiar en ese nuevo maestro y como con la ropa de la que hablaba antes, no querrás quedarte con nada que no te aporte felicidad, ni querras añadir algo que pueda poner en riesgo tu paz.
Hoy estaba empezando con la categoría libros y hubo un momento en el que tenía todos encima de la mesa del comedor para empezar a seleccionar los que se quedaban y los que se iban y noté que estaba empezando a sentirme nerviosa. Al abrir cada libro salía polvo y en un momento la habitación estaba desordenada y llena de suciedad.
En ese momento pensé: ¿En que día se me ocurrió empezar a ordenar? Lo que me apetecía era salir a la calle, cerrar la puerta y no volver hasta que los duendes hubieran recogido y colocado todo (¿no pasa en las películas? 😉 ) ¡Me parecía que no iba a terminar nunca! ¡Que tan pronto acababa con algo ya surgía otra cosa por otro lado!
Ese sentimiento lo he tenido muchas veces en el camino espiritual. Algo parece colocarse y ya surge otra cosa a la que atender. Es un camino que parece no tener final. Siempre hay algo que sanar, algo que perdonar, algo que soltar.
Cuando uno entra en un camino espiritual entra con una voluntad de sanar, y el sanar no siempre se siente bien. Hay un periodo de ajuste (o desbarajuste), de desorden y malestar que no creo que se pueda evitar de la misma forma que ordenar requiere vivir temporalmente con el desorden.
Hay que armarse de paciencia. Ir paso a paso y confiar.
Confiar en que como dice la lección 131: Nadie que se proponga alcanzar la verdad puede fracasar.
No siempre va a ser fácil. Has decidido mirar y se te va a mostrar todo lo que está escondido, lo que no quieres que nadie vea, lo oscuro, lo que tapas con tu mejor sonrisa o miras para otro lado para ver si así desaparece.
No desaparece.
Lo que tienes escondido debajo de la cama para no verlo sigue ahí. Sigue ahí y seguirá hasta que te decidas a mirarlo de frente y preguntarte: ¿Es esto lo que deseo?
Y si, limpiar levanta polvo, y es sucio, y va a poner a prueba tu paciencia y tu confianza.
Y vas a querer dar marcha atrás. Y vas a querer apearte del carro de la sanación.
Pero no se puede.
Has empezado y no hay marcha atrás.
Puedes retrasarlo, sí.
Puedes entretenerte y no mirarlo, sí.
Puedes responsabilizar a otro de lo que está pasando, sí.
Pero al final te pondrás manos a la obra porque en el fondo de tu corazón sabes que no hay otra manera de salir del sufrimiento que atravesando el malestar, el dolor.
Se amable contigo cuando el desorden esté presente. Es temporal. Y sigue avanzando. Y cuando te des cuenta habrás atravesado ese túnel que parece no tener final.
Y recuerda que hay alguien contigo que te guía y conoce el camino. Deja que Él lleve las riendas.
Y bendice el desorden, porque indica que estás en medio de algo más grande que está sucediendo a través de ti. Algo que quiere que seas feliz y para ello tienes que descartar todo aquello que no te aporta felicidad.
Déjate enseñar lo que es realmente valioso.
Incluso en medio del desorden uno puede estar en paz. Es una elección.
Si giro la cabeza veo que hay cosas en medio de las mesas, libros para regalar, polvo por doquier, pero puedo decidir que eso no me altere. Puedo decidir ver algo diferente. Puedo elegir el milagro y mirar ese desorden con una sonrisa.
Ese desorden me indica que estoy en camino y que hay trabajo que hacer. Me pone los pies en la tierra. Me hace ser humilde.
Sólo hay que seguir avanzando.
Habrá días más tranquilos y días en los que volveré a querer apearme de este carro.
Y me quejaré, y me sentiré una víctima, y reacionaré, y pensaré que esto no se acaba nunca.
Pero luego volveré a centrarme y elegiré la paz de nuevo. Elegiré ser feliz.
Elegiré estar en paz incluso en medio del caos, del desorden.
¡Feliz desorden!
Un abrazo enorme,
PD: Os recuerdo que durante los meses de verano la Escuela seguirá abierta para todos aquellos que se sientan llamados a vivir más libres y en paz. ❤
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Un comentario en “¿Quien me mandaría a mí?”