No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención. (T-13.III.1:10-11)

El otro día compartí en facebook un vídeo acerca de un pastor que se titulaba: «The day I stopped being black».
El día que dejé de ser negro.
El vídeo habla de como ante una situación donde se sintió maltratado por ser negro le preguntó a Dios cuándo iba a solucionar ese tema del racismo.
Entonces escuchó tres cosas: 1) Ya lo había solucionado en el nombre de Cristo; 2) Nadie tiene control sobre ti; y 3) No eres negro.
Esto último especialmente le dejó totalmente en shock porque por supuesto iba en contra de todo lo que había creído toda su vida.
Luego continúa: no soy negro, al igual que tú no eres blanco porque somos espíritu creado a Semejanza de Dios el cual no tiene limitaciones.
Ser negro, o ser blanco es una limitación.
Cualquier concepto con el cual te identifiques es un límite.
Un límite que le estás imponiendo al Amor.
Una de las lecciones que más se repite a lo largo del Curso es:
Soy tal como Dios me creó.
De hecho creo que es el único pensamiento al que se dedica más de una lección del libro de ejercicio.
En concreto las lecciones 94, 110 y 162. Y es la idea central del sexto repaso.
Dice la lección 162:
Sólo con que mantuvieses este pensamiento fijo en tu mente, el mundo se salvaría. (L-162)
El miedo que experimentamos es simplemente a la aceptación de que esto es verdad.
Porque esta aceptación implica dejar ir todas esas etiquetas con las cuales nos hemos identificado y que nos definen.
Por ejemplo cuando experimentas miedo debido a alguna circunstancia o síntoma del cuerpo, a cualquier dolencia o diágnostico de enfermedad, en el fondo no le tememos a eso que creemos puede pasarnos, o puede pasarle al cuerpo, lo que en el fondo tememos es a dejar ir esa falsa identidad de «persona enferma», o «persona que experimenta lo que sea que estés experimentando en este instante».
Lo que tememos es dice el Curso a la unión en el presente.
No tememos a nada que pueda pasar en el futuro, lo que tememos es la unión en el presente, porque esa unión desvanece las etiquetas con las que nos hemos identificado.
Si me identifico como madre, si creo que eso es lo que soy, estaré limitándome a mi mismo, y tendré miedo.
Puede que el miedo surja con respecto a si seré buena madre, o con respecto a que pasará con mis hijos si me sucede algo. O me atacaré a mi misma si por ejemplo no puedo quedarme embarazada.
En el fondo el miedo es a dejar ir esa falsa identificación, a ir más allá de la etiqueta, del concepto de madre.
Cualquier concepto implica culpa porque todos los conceptos son del ego, y el ego es la creencia en que nos hemos separado del Amor de Dios atacándo la Unidad, por lo que nos sentimos culpables.
Nuestra verdadera identidad no tiene etiquetas, no tiene límites, no tiene forma.
Eso no quiere decir que el cuerpo, como en el caso del pastor no siga siendo negro, pero su identidad no es ser negro.
El cuerpo, que es como un vestido que te pones, puede ser negro, o puede ser una madre, pero, ¿qué tiene que ver el vestido contigo?
Hay otro vídeo que me emociona y que habla de esto mismo:
No somos una etiqueta.
Cualquier juicio que emitas contra ti mismo, o contra alguien es igualmente una etiqueta.
Podemos identificarnos con la etiqueta de «estudiante del Curso de Milagros» y sentirnos culpables por no entenderlo, o por no ser felices, o por experimentar cualquier tipo de malestar.
Recuerdo que en un vídeo de Kenneth Wapnick hablaba de que nunca invitaría a un estudiante del Curso de Milagros a cenar bromeando sobre lo intensos, y lo crueles que podemos llegar a ser al utilizar el Curso justo para lo que nos enseña a no hacer: juzgar y condenar. Para separar.
Y luego terminaba diciendo que menos mal que el no era un estudiante del Curso. 😉
Nuestro miedo más grande como decía Marianne Williamson no es a la oscuridad del sistema de pensamiento del miedo, donde nuestra falsa identidad está a salvo, sino a la luz.
Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados.
Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.
No le tenemos miedo a nuestros problemas, no le tememos a nuestras inseguridades, no tememos a nuestros conflictos.
Tememos a la luz en forma de nuestro maestro interno, de Jesús, que nos dice por ejemplo en la lección 80:
¡Tú único problema ya se ha resuelto! Un problema que ya se ha resuelto no te puede perturbar.
El otro día sentí volver a practicar con esta lección, por la noche tuve una subida de azúcar y me asusté tanto que no pude dormir.
Me pasé toda la noche con un ataque de pánico.
Cuando le pedía ayuda a Jesús lo único que escuchaba era: este conflicto ya se ha resuelto.
Y lo único que yo pensaba era: nooooooooo. No te creo. 😉
Si nuestro único problema ya se ha resuelto, cuando me siento triste, o experimento miedo lo único que estoy haciendo es diciéndole a Jesús que está equivocado, y que tengo razón.
No soy tal como Dios me creó.
Aprender a ver esto sin juicio es lo que nos enseña el Curso.
Observar como nos resistimos a sanar, como queremos tener razón, y cual es el propósito que se esconde detrás de esto.
Ese propósito es defender la separación, defender nuestra identidad individual.
Esto a lo que el Curso llama el «deseo de ser especial».
El deseo de ser especial es el deseo de ser un cuerpo, el deseo de percibir diferencias, etiquetas, y creer que lo que le pasa al cuerpo me pasa a «mí».
Ese es el deseo «especial» que le pedimos a Dios y que Él no nos concedió, y la razón por la que ahora le tememos a la redención.
Le tememos al Amor.
Tú que prefieres la separación a la cordura no puedes hacer que ésta tenga lugar en tu mente recta. Estabas en paz hasta que pediste un favor especial. Dios no te lo concedió, pues lo que pedías era algo ajeno a Él, y tú no podías pedirle eso a un Padre que realmente amase a Su Hijo. Por lo tanto, hiciste de Él un padre no amoroso al exigir de Él lo que sólo un padre no amoroso podía dar. Y la paz del Hijo de Dios quedó destruída, pues ya no podía entender a su Padre. Tuvo miedo de lo que había hecho, pero tuvo todavía más miedo de su verdadero Padre, al haber atacado su gloriosa igualdad con Él. (T-13.III.10)
Que la quietud del Cielo envuelva hoy tu corazón.
Feliz día ❤

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Un comentario en “Miedo a la redención”