Si amarse uno a si mismo significa curarse uno a sí mismo, los que están enfermos no se aman a sí mismos. Por lo tanto están pidiendo el amor que los podría sanar, pero que se están negando a sí mismos. Si supieran la verdad acerca de sí mismos no podrían estar enfermos. (T-12.II.1:2-4)

El otro día estaba reflexionando sobre esta frase del Curso que dice:
Amarse a uno mismo significa curarse a uno mismo.
Ya intuía que esto no tiene nada que ver con el concepto de autoestima, sino que su significado es más profundo.
No se trata de crear una mejor versión de nosotros mismos, un ego superior, más confiado, o más espiritual.
Amarse a uno mismo no tiene nada que ver con mejorarse, o con cambiarse a uno mismo.
Amarse a uno mismo desde mi punto de vista significa reconocer el Amor que somos.
La enfemedad es la negación de nuestra verdadera identidad, que es Amor.
Ese Amor que somos, no es el amor que conocemos, y que el Curso denomina «amor especial«.
Especial quiere decir parcial o fragmentado.
Es decir que podemos amar determinadas cosas, o personas, pero otras no.
En la lección 127 se nos dice:
El amor es Uno.
El amor no puede juzgar.
No puede juzgar porque es Uno, y para poder juzgar se precisa de dos, de dualidad.
Su significado reside en la unicidad.
¿Cómo entonces nos amamos a nosotros mismos?
En ese momento me acordé de una práctica de un retiro de silencio que hice hace unos años.
Esa práctica dice así:
Me acepto tal y como me experimento.
Acepto mi sentir en este instante.
No me juzgo por ello.
Esta práctica es otra forma de decir que «no juzgaré nada de lo que ocurra«.
No juzgaré nada de lo que experimente.
No juzgaré mi sentir, y no me juzgaré a mi mismo por sentirlo.
Esto es a lo que el Curso hace referencia cuando habla del perdón:
Perdonar es mirar al ego sin juicio.
Estar en la mente recta no quiere decir que todo el día estemos en paz, alegres y llenos de amor.
Estar en la mente recta significa, dice Kenneth Wapnick, estar en la mente errónea sin juzgarlo.
Es decir mirar, de la mano de Jesús, sin juicio, nuestra inversión en el sistema de pensamiento del ego.
Mirar nuestro especialismo, nuestro deseo de tener razón, de mantener nuestros resentimientos, sin juzgarnos por ello.
Mirar a nuestra experiencia de tristeza, o de enfado, o de dolor, de enfermedad, sin juicio, sin miedo y sin culpa.
Cuando puedo ver todo esto sin sentirme culpable, sin tenerle miedo ni juzgarme por ello, estaré comenzando el proceso de deshacer el ego.
Mirar a mi ego sin juzgar significa que no estoy mirando con el ego porque el ego es juicio y por lo tanto no puede mirar sin juzgar.
Si puedo mirar a mi ego en acción con toda su fealdad y darme cuenta de que eso no es lo que soy, aunque en ese momento haya elegido identificarme con eso, entonces debo estar mirando con Jesús.
Cuando puedo mirar a mi ego con el amor de Jesús a mi lado, estoy comenzando el proceso de cambiar mi decisión en la mente y eso es el perdón.
De esta forma nos estamos dando amor a nosotros mismos.
Cuando miramos al ego con el ego lo que hacemos es juzgar esa experiencia.
No debería de estar sintiendo esto.
Esto (lo que sea que esté experimentando en este momento) ya no debería de estar pasando.
Algo estoy haciendo mal.
Estoy aplicando mal el Curso.
Hay algo erróneo en mí.
En ese momento me acordé de un vídeo de Jeff Foster que quiero compartir contigo.
Tal como dice Jeff en este vídeo hay mucha violencia en el pensamiento de «todavía«.
Esto todavía está aquí.
Esta tristeza, o este dolor, o este conflicto, o esta dolencia.
Todavía…
Todavía no he sanado.
A pesar de todos los Cursos, de todos estos años, todavía me sigo sintiendo mal.
Todavía sigo sufriendo.
Todavía sigo atacando.
Todavía sigo juzgando.
Todavía…
La perspectiva de Jeff es ver a esas emociones como niños que vienen a visitarnos.
Vienen a visitarnos no para que los sanemos sino para que los acojamos.
Me gusta este símbolo, aunque a más de uno de estos niños le mandaba yo a darse un paseo. 🙂
Acoger es lo mismo que aceptar.
Aceptar no es un «hacer».
No tienes que tratar de aceptar lo que estás experimentado.
No tienes que forzarte a no juzgar.
No lo conviertas en un «hacer» porque eso quiere decir simplemente que sigues de la mano del ego, y el ego ahora tiene que aceptar, o tiene que no juzgar.
El ego es separación, no puede aceptar.
El ego es jucio, no puede no juzgar.
Pero tú si.
Porque tú no eres el ego. 😉
Y aquí entra la imagen, el símbolo que da título a esta entrada: Mar en calma (gracias Imma Torres).
Cuando estoy identificado con el ego creo que soy el bañista que está nadando en el mar.
Ese bañista es lógico que tenga miedo de las olas.
Si viene una ola muy grande puede darle un revolcón.
Así que desde la perspectiva del bañista, el miedo está justificado.
De ahí que cuando nos identificamos con el cuerpo estemos en un permanente estado de alarma.
Desde la perspectiva del mar, no hay miedo.
El mar no le teme a las olas.
El mar no juzga a las olas y les dice: mira, cálmate un poco que me tiene hoy muy revuelto. 🙂
El mar acoge a cada ola, no importa la intensidad de la misma.
El mar la envuelve, la recibe en su abrazo.
La acepta.
Cuando nos identificamos con la mente, cuando en medio de una ola emocional recordamos que somos mente se abre un espacio.
Ya no somos ese ser pequeño y vulnerable vapuleado por las olas, somos algo más grande.
El mar ya ha acogido a la ola.
Tú sólo tienes que unirte a ese mar al permitirte experimentar lo que estés experimentando, sin juzgarlo.
En el retiro de silencio se nos decía:
El objetivo de esta práctica es no dar poder a la culpa, al juicio hacia nosotros mismos, de manera que la mente pueda sanar sin interferencia de nuestras historias.
Si me siento triste, siento. Si me siento alegre, siento. Si me siento atacado, siento. Si me siento culpable, siento. Si me siento en paz, siento. Si me siento deprimido, siento. Si me siento mejor o peor que alguien, siento. Si me siento enfadado, siento, si me siento…siento!
En otras palabras, no vamos a darle significado a nada de lo que sentimos. Es ahí donde los sentimientos pueden tomar su rumbo sin interferencia de nuestro juicio, y como nubes pasajeras se desvanecerán en su debido tiempo.
El mar no lucha con la ola, no la justifica, no trata de analizarla, o de encontrarle un sentido.
No la interpreta, no la juzga, la acoge.
La deja ser.
Es amor incondicional.
El Curso nos dice que «toda experiencia es igualmente ilusoria«.
Todas, las que catalogamos como «buenas», y las que catalogamos como «malas».
Toda experiencia es ilusoria porque es temporal.
Las olas vienen y van.
Las emociones vienen y van.
Pero el mar permanece.
Siempre está presente.
Y siempre está en calma.
Un mar en calma.
Que la quietud del Cielo envuelva hoy tu corazón.
Feliz día.

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