El ingrediente secreto

La iluminación es simplemente un reconocimiento, no un cambio. (L-188)

Estos dos últimos días sentí el volver a ver la trilogía de la película de animación Kun Fu Panda.

Ya había visto las dos primeras películas y me faltaba la última, así que me dispuse a verlas de nuevo empezando desde el principio.

Esta trilogía explica de manera amena y divertida el viaje de todo estudiante espiritual.

Po es ese estudiante espiritual que es señalado por su maestro como el esperado «Guerrero del Dragón».

En la primera película hay un momento en el que el padre de Po le revela cual es el ingrediente secreto de su sopa de fideos.

Ese ingrediente secreto es que «no hay ingrediente secreto».

En ese momento Po comprende el mensaje del rollo del dragón que aparentemente aparecía vacío.

Al mirarse en el rollo ve reflejada su imagen.

Él es el ingrediente secreto.

El Curso de Milagros dice que el despertar, o la iluminación es un reconocimiento, no un cambio.

Es el instante en que recuerdas tu verdadera identidad.

El instante en el que recuerdas que «la luz ya está en ti«.

Esto se ve muy bien también en una película muy graciosa que vi hace un tiempo que se titula: ¡Que guapa soy!

La escena a la que hago referencia es al final de la película cuando la protagonista tiene un instante de realización, un instante en el que descubre que lo que buscaba siempre estuvo ahí.

Ese instante supone un cambio total en su experiencia, sin que nada cambie en absoluto.

Y esa es la clave.

No necesitas que nada cambie para ser feliz.

Sólo necesitas aceptar que «no necesitas que nada cambie para ser feliz».

Parece un juego de palabras, pero no lo es.

La iluminación es un reconocimiento, no un cambio.

No es la forma, es el contenido.

Nuestra experiencia, lo que sentimos, es un reflejo de nuestro estado mental, y nuestra estado mental siempre está bajo nuestro control.

Así que siempre podemos elegir con que nos identificamos.

Podemos en cualquier instante volver nuestra atención hacia ese ingrediente secreto que siempre estuvo ahí: «la luz de nuestra verdadera identidad«.

En cualquier instante en el que no nos sentimos bien, lo único que «falta», lo único que le «falta» a ese instante somos nosotros.

Cuando por ejemplo te sientes solo, lo que estás experimentando es la ausencia de ti mismo.

Lo único que le «falta» a tu vida, o a tus relaciones, o a tu cuenta bancaria, a cualquier situación donde estés experimentando carencia eres TÚ.

Y pongo «falta» entre comillas porque realmente ese TÚ ya está ahí, sólo que no te estás enfocando en él.

Estás identificado con esa «otra cosa» que crees ser, con esa «otra cosa» que crees que tiene algo que aportarte.

El otro día estaba empezando a entrar en una historieta mental cuando surgió el pensamiento de «¡A la mierda!

Me recordó a la frase de Fernando Ferán Goméz cuando le dijo eso mismo a un periodista que le estaba haciendo una pregunta.

El tono de ese «¡a la mierda!» que escuché se asemejaba mucho al de ese actor. 🙂

En ese momento empecé a reírme y la historieta desapareció.

En un instante de ¡A la mierda! mi estado de ánimo cambió radicalmente del ataque al júbilo.

No necesité que nada fuese diferente, nada cambio en lo externo, sólo mi decisión de no seguir alimentando esos pensamientos, esa historia.

Todavía hay muchos momentos en los que me veo que sigo alimentando viejas historietas de sufrimiento, o de desánimo, de enfermedad o de dolor.

En esos momentos la alegría parece muy lejos de mi experiencia.

El salto del ataque al júbilo, o del miedo al amor, parece un tripe salto mortal sin red.

En esos momentos recordar la luz que soy cuando lo que experimento es un miedo visceral me parece prácticamente imposible.

Por ejemplo cuando algo le sucede al cuerpo.

Realmente siempre que sufrimos es porque estamos identificados en ese momento con el cuerpo, con la «falsa identidad».

El malestar es la forma de defender esa falsa identidad porque tu verdadero Ser no puede experimentar nada que no sea felicidad.

Y ese SER ya está aquí.

No se ha ido a ninguna parte.

Como dice la lección 188:

La luz es algo ajeno al mundo, y tú en quien mora la luz eres asimismo un extraño aquí. La luz vino contigo desde tu hogar natal, y permaneció contigo, pues es tuya. Es lo único que trajiste contigo de Aquel que es tu Fuente. Refulje en ti porque ilumina tu hogar, y te conduce de vuelta al lugar de donde vino y donde finalmente estás en tu hogar.

La luz vino contigo, y permanece contigo.

Luego continúa la lección:

Esta luz no se puede perder.

En los momentos de desesperación, esa luz sigue ahí.

No se puede perder.

Puedes perder la conciencia de ella.

Pero la luz sigue ahí, esperando que te vuelvas hacia ella.

Luego continúa:

Es tan fácil contemplarla (la luz) que los argumentos que demuestran que no puede existir se vuelven irrisorios.

La luz no tiene nada que ver con el estado de tu cuerpo, con el estado de tu cuenta bancaria, con el estado de tu vida.

No tiene nada que ver con el mundo, o con ninguna situación o circunstancia en la que te veas envuelto.

Es una decisión.

Mi propuesta para hoy es darnos cuenta, y recordar, el ingrediente secreto, que no es tan secreto, en los momentos de duda, de dolor, de sufrimiento.

En los momentos en los que nuestra paz se vea amenazada.

En lugar de señalar hacia afuera, de justificar nuestro enfado, o seguir alimentando la queja, podemos recordar que lo único que está sucediendo es que nos hemos olvidado de nosotros mismos.

Esa es la única causa de nuestra experiencia.

Nos hemos olvidado del «ingrediente secreto». 😉

Nos hemos olvidado de la luz que somos.

Y esa luz no se puede perder así que tiene que seguir aquí.

Puedes decirle «¡a la mierda!», o «keledén» dicho más finamente, a las viejas historias de carencia, de victimismo, de dolor, de sufrimiento, de enfermedad.

Keledén a los conflictos, al ataque, al rencor.

Keledén a la duda, a la desconfianza, a la tristeza.

Keledén a las quejas, la carencia o el desánimo.

Keledén a la enfermedad, a ser una «persona enferma».

Eso es sólo una historia.

Una historia a la que le tenemos un gran apego, y lo digo por experiencia.

Keledén a la comparación, a comparar mi vida con la de alguien más, o a comparar mi proceso con el de alguien más.

¡Keledén!

Tienes el ingrediente secreto de la felicidad.

El ingrediente secreto de la abundancia, de la dicha, del amor.

El ingrediente secreto de la certeza, de la confianza, de la curación.

Ese ingrediente secreto eres TÚ. 🙂

Que la quietud del Cielo envuelva hoy tu corazón.

Feliz día ❤

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