Los que tienen certeza gozan de perfecta calma porque no tienen dudas. No cuestionan nada porque en sus mentes no entra nada que sea cuestionable. Esto los mantiene en un estado de perfecta serenidad, ya que al saber lo que son, eso es lo que comparten. (T-7.III.5:6-8)
Cuando pienso en la certeza me imagino una roca firme.
Algo que ni los vientos más huracanados pueden mover o alterar.
Algo cuya fortaleza no se encuentra en la fuerza, sino en la firmeza.
Algo inmóvil, inalterable.
No puedo imaginarme nada de este mundo dentro de esta categoría.
Incluso aquello que «creo» con determinación que soy, no puede resistir este cuestionamiento sincero y profundo.
Ninguna de mis creencias pueden quedar en pie cuando las examino de cerca: ¿Es verdad? ¿Puedo estar completamente segura de que es verdad?
Aprender a dudar de aquello que consideramos real e incuestionable es el camino que el curso nos propone.
La certeza no se encuentra en eso que hemos aprendido.
La certeza se descubre al atreverse a cuestionar, poner en dudad, estar dispuesto a estar equivocado acerca del mundo y nuestras historias.
Primero aprendemos a tener la certeza de que no sabemos nada, que no entendemos nada, que no somos capaces de distinguir lo valioso de lo que no lo es. Luego esa certeza nos conduce de la mano a la verdadera certeza que es Dios.
La verdadera certeza es como el curso nos recuerda que: Dios Es, y nada más es.
Pero para llegar a esa orilla hay que atravesar el puente.
Cuando aprendo a dudar de todo lo que veo puede que tenga la sensación de que el puente se mueve. La sensación de estar perdiendo pie.
Había depositado la certeza en el puente, pero nunca estuvo ahí.
Si soy sincero conmigo mismo veré que siempre hubo miedo, una sensación de intranquilidad, de inseguridad, que intentaba tapar y distraerme.
Nunca hubo certeza.
Nunca el suelo que pisé fue firme.
Si cierro los ojos y pienso en la certeza la imagen que me viene es Jesús.
Él represanta la certeza para mí mientras yo siga confiando en las dudas.
Él no duda, no duda de mí.
Se mantiene firme cuando yo quiero seguir albergando y alimentando mis dudas.
Incluso cuando dudo de Él.
Su presencia no se impone pero cuando me vuelvo hacia Él, siempre responde: Estoy aquí.
Siempre está ahí.
Siempre presente.
Siempre sonriente.
Siempre disponible para coger mi mano.
Su certeza me calma…
La mayoría de las veces quiero seguir teniendo razón, creer que sé lo que más me conviene, tener el control, y Él sigue ahí esperando serenamente a que me canse de mis delirios y pida Su ayuda.
Sabe que nunca estoy en peligro, que siempre estoy a salvo.
No importa lo que parezca suceder en mi vida, siempre estoy a salvo.
Su certeza es la ayuda que preciso cuando tengo dudas.
Él es mi roca firme.
A la que vuelvo una y otra vez en busca de certeza.
Que la quietud del Cielo envuelva hoy tu corazón.
Feliz día. ❤
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