Espejito, espejito…

No le enseñes a nadie que él es lo que tú no querrías ser. Tu hermano es el espejo en el que ves reflejada la imagen que tienes de ti mismo mientras dure la percepción. Texto, Capítulo 7.VII. página 141

¿Te ha pasado alguna vez que has entrado en Facebook por ejemplo y al ir viendo las noticias de los diferentes perfiles te has encontrado a ti mismo juzgando, enfadándote, e incluso tomando la decisión de eliminar a alguien de tu perfil?

A mí si. 🙂

De hecho esta misma mañana al entrar en uno de los perfiles que sigo de vez en cuando mi mente rápidamente entró en «modo corregir«.

¿Sabes de que te hablo?

Si observas tu mente durante un tiempo te darás cuenta de que está programada para corregir, para encontrar el fallo, para ver el error y encontrar una solución, lo que nosotros haríamos en su lugar.

Somos expertos en encontrar lo que falta, o lo que sobra, lo que se debería mejorar, aquello que habrías de cambiar, o que tendría que ser diferente.

Es un hábito.

Un hábito al que hay que prestar atención.

El ego es un maestro en descubrir la «falta«, y siempre, desde su punto de vista, falta algo. La razón es que el ego surgió al creer que podíamos separarnos del amor de Dios, nuestro Padre, e ir por nuestra cuenta. El efecto de esa creencia es esa sensación de vacío interno que nos acompaña y que no parece llenarse nunca. Sentimos que nos falta algo, que no estamos completos y necesitamos completarnos.

La búsqueda surge de ese deseo de volver a estar completos llenando ese vacío.

Todas nuestras relaciones tienen como propósito proveernos de eso que creemos necesitar ya se trate de respeto, seguridad, afecto, conexión, estatus, éxito, etc.

No importa como lo denominemos, lo que buscamos es amor.

Lo que en el fondo anhelamos es el Cielo, la calidez de nuestro Hogar (aunque pocos los expresaríamos de esta forma).

Esa creencia tan profundamente arraigada y negada de que nos falta algo, la proyectamos sobre el mundo y sobre los demás.

Ahora es el mundo al que parece faltarle algo: a nuestras vidas, nuestras carreras, cuentas corrientes, al país en el que nacimos, o en el que habitamos, a nuestro cuerpo, a las relaciones que entablamos, y a las personas con las que nos relacionamos.

A esta persona le falta humildad, a este otro seguridad, a ese le iría mejor si fuese más generoso. Los políticos deberían ser más serviciales, mi vecino ser más educado, la chica que me atiende al ir a hacer la compra sonreír más. Las personas que tiran la basura por la calle más cívicos.

Corregir, corregir, corregir.

Nuestra mente cree saber cual sería la solución, porque cree conocer el problema.

El mundo es nuestro espejo.

Nuestras relaciones, ya se trate de nuestra familia, amigos, vecinos, las personas con las que tenemos un mayor contacto y proximidad como nuestros compañeros de trabajo, clientes o jefes; o  aquellas relaciones más esporádicas como la persona con la que subes en el ascensor o te cruzas por la calle, la que se sienta a tu lado en la consulta del médico, o coincide contigo en el cine, son nuestros espejos.

Nos reflejan la idea que tenemos de nosotros mismos como incompletos, algo a arreglar o susceptible de mejora.

Algo en evolución.

Esa sensación de vacío interno, que no siempre reconocemos, es la consecuencia de haber negado nuestra divinidad. De haber «comprado» la idea de que «nos falta algo«.

Es al ego al que le falta algo, no a ti.

Cada vez que corriges a alguien te has olvidado de Quien Eres, y esa persona está ahí para recordártelo. Para que prestes atención a tu juicio que brota del manantial del miedo, de la carencia, y te preguntes: ¿Es esto lo que quiero ver? ¿Es esto lo que deseo?

¿Quiero ver algo incompleto? ¿Es esto lo que deseo sabiendo que todo lo que pienso de ti no puedo evitar no pensarlo de mí mismo?

Si te veo como algo incompleto, algo que necesita corrección, me estaré diciendo a mi mismo que soy algo incompleto, algo erróneo que precisa de corrección.

Es esta creencia la que necesita ser corregida, y esa persona, o esa relación, te está ofreciendo la oportunidad perfecta de verla y corregirla, al escoger un nuevo maestro.

El único error que existe es un error de percepción. Un error de identidad. He negado que soy Espíritu, completo e inocente, y he adoptado una personalidad «a mejorar«.

¿Es esto lo que quiero ver? ¿Es esto lo que deseo?

¿Deseo hacer real la creencia en la «falta» al negar la visión espiritual y enfocarme en lo que los ojos me muestran? ¿Quiero seguir apostando por hacer caso de mis sentidos cuando son los testigos de aquello que he elegido creer?

Observa cuando tu mente entra en «modo corregir«. Presta atención a lo real que parece lo que estás percibiendo. Y luego atrévete a dar un paso atrás y pregúntate: ¿Es esto lo que quiero ver? ¿Es lo que deseo?

Contempla como tu mente trata de justificar lo que está viendo, como en el fondo quiere tener razón sobre su punto de vista, como busca testigos que le confirmen que está en lo cierto.

Mira de frente tus resistencias a cuestionar tu punto de vista. Muéstrate curioso con tu tendencia a seguir creyendo que eres una víctima de esa situación o esa persona, que son ellos los responsables de tu sentir y no tu elección.

No puedes sentirte bien mientras tratas de corregir a otro, cuando atacas o te defiendes, porque lo que subyace a esto es la creencia de que eres incompleto.

Nadie puede sentirse bien negando a su Ser.

Nadie puede ser feliz mientras siga albergando la creencia de que le falta algo.

Tu malestar no proviene de esa persona, sino de la negación de tu completitud, al negarla en ella, porque ella es el espejo que te muestra con claridad meridiana lo que secretamente crees acerca de ti mismo.

Nota todo lo que quieres cambiar, y date cuenta que refleja la idea que tienes de ti mismo. Creíste que podías cambiar lo que Dios, tu Padre, creó perfecto. Creíste que lo habías conseguido, y que lo puedes hacer de nuevo al tratar de cambiarte o cambiar a otro.

Lo que Dios creó perfecto sigue siendo perfecto.

Esa es tu verdadera identidad.

Una identidad que todos compartimos.

No tienes que convertirte en lo que ya eres, sólo tienes que negar lo que crees ser.

¿Es esto lo que quiero ver? ¿Es esto lo que deseo?

Hazte esta pregunta con sinceridad una y otra vez cuando la tentación llame a tu puerta,  y un día decidirás que ya estás cansado de sufrir al negar tu santidad y percibir diferencias. En ese instante un NO brotará de la profundidad de tu mente. Un NO que con humildad dejará paso a la visión espiritual que te mostrará la luz que es tu verdadera identidad.

Empieza a practicar hoy.

Oportunidades no van a faltarte. 😉

Aprovecha las lecciones que te ofrecen tus relaciones y permite que el mundo se convierta no en el testigo de tu error, sino de tu santidad.

Permite que el espejo te muestre la verdad acerca de ti mismo.

Espejito, espejito….

Feliz día

Un abrazo enorme,

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